viernes, 6 de abril de 2012

Descanse en paz

Hace escasamente dos días falleció Mingote. Los medios se retratan ante estos hechos como lo hacemos las personas y no siempre para bien.

Cuando tenía diez años murió atropellado por un coche en el Paseo de la Castellana de Madrid a la altura de La Paz cuando cruzaba junto con sus padres y su hermano pequeño mi mejor amigo. Su padre quiso evitar el paso de peatones porque le daba miedo. Una muerte absurda más. Yo perdí un amigo, el mejor que tuve. Era mi tocayo, era mi alma gemela. El dolor se apoderó de mí cuando al llamar al telefonillo de su casa a primeros de septiembre su madre me dijo entre lágrimas que mi amigo ya no podría bajar más a jugar conmigo. Dolor, impotencia, vacío.

A los pocos días, o semanas comenzaron las clases sin él. De mayor quería ser alférez Se hizo una misa funeral en la parroquia del barrio. A mí me propusieron decir una palabras en la misa. Tenía intención de decirlas. No preparé nada, pero no me hacía falta, era mi amigo y sabía lo que tenía que decir. Por primera vez fui consciente de lo poco que significan las palabras para quienes no las sienten. Otros niños salieron a decir algunas frases antes de mí. Y uno de ellos recitó una colección de palabras preparadas en las que se incluía como amigo y sentía su pérdida. Es curioso que ese muchacho nunca saliera a jugar con nosotros ni le preocupara su vida antes de este hecho. En ese momento la rabia se apoderó de mí, más impotencia de nuevo. Cuando me indicaron que debía acudir a decir lo que sentía, no pude, las lágrimas me lo impidieron. La hipocresía me venció. ¿Cómo alguien podía decir aquellas cosas que ni sentía ni eran ciertas? Con el tiempo comprobé que no es tan raro que esto suceda.

Ayer compré el periódico donde dibujaba sus viñetas diarias Mingote. Pensé en comprar otros diarios por tener el recuerdo completo de los medios sobre su fallecimiento, pero creí que el ABC sería quien mejor lo recordase. Después de leer las ediciones digitales de El País y el Mundo llegué a esa conclusión y mis prejuicios me llevaron a pensar que La Razón como competidor no haría, quizás un buen homenaje. Me llamó la atención el artículo del actual director Bieto Rubido donde quería dejar claro que pese a los cantos de sirena Mingote siempre fue de ABC y nunca se mudó como otros. En sí misma la pertenencia durante más de cincuenta años a la cabecera no era un mérito desde mi punto de vista, pero no le di más importancia.

Ayer revisé de nuevo la prensa por ver si seguían los homenajes. Mi sorpresa me llevó a comprobar que con el cadáver aún caliente surgía una polémica entre ABC y La Razón sobre Mingote y cómo éste en una carta de hace tres años indicaba su malestar por la situación en la que le dejaba el contrato con su periódico. Revisé La Razón, esta vez la del día anterior y la del actual y pude comprobar que el homenaje de ABC era el de una empresa hacia un empleado, pero la de La Razón tenía doble fondo, la de la empresa de la competencia que hubiera deseado tener a Mingote como artista de plantilla y la de un amigo. Un amigo dolido por la hipocresía de los que el día de la muerte del artista muestra una colección de halagos y parabienes, de artículos de personas notables, pero que durante una parte de su vida no procuró hacérsela más fácil. Su amigo sí, Ussía recordaba en el mejor artículo de ayer esta situación.

Es triste e inevitable la pérdida de cuantos conocemos, pero el remache de los comentarios de quienes no sienten realmente lo que dicen en esas situaciones o tergiversan los hechos para quedar bien hacen más dolorosos estos momentos.

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